Doña Elvira tiene 64 años. No necesita máquinas ni moldes modernos.
Solo sus manos, su lana y los recuerdos de toda una vida.

Aprendió a tejer muñecas cuando era joven, buscando una forma de sacar adelante a sus hijos. Desde entonces, no ha dejado de crear.
Cada muñeca tiene algo especial: un color que recuerda a alguien, una trenza como la de su hija, o una sonrisa bordada como la que a veces le cuesta mostrar.

Hoy sigue haciendo lo mismo, pero con más calma.
Dice que ya no teje por necesidad, sino por cariño.
Porque cada muñeca que hace lleva un pedacito de su historia, de su alma, de su amor.

Y cuando alguien se la lleva a casa, Doña Elvira solo dice: